Esos muchachos: violencia y jóvenes en Medellín

20.07.2020 |

Durante la entrevista, Duván mantuvo la mirada firme, eventualmente observaba el piso, rápidamente, como tratando de recordar, como una especie de maniobra nemotécnica que de ninguna manera significaba agachar la cabeza. Cuando se le preguntó que por qué lo hacía, bajó y subió rápidamente la cabeza hasta detenerla en los ojos del entrevistador, sin risa y sin cinismo indicó que lo hacía para contactar. Y dirigiéndose a la chica: “atracándola, es la única forma de que usted me preste atención, que me mire, que me conteste”.

Alberto sonreía, se sentía satisfecho al contarle al grupo que se había robado más de 17 motos, y todas sin soltar un solo tiro. Decía que era tan bueno en eso que ya había ganado reputación en algunos barrios, que era de los pocos independientes, que cuando aceleraba la moto en una fuga, todo su cuerpo se erizaba y gran parte de la satisfacción estaba completa. Y si coronaba… seguía la fiesta como una continuación frenética de esa misma fuga. “Nunca me cogieron” -decía-, “lo que me da rabia es haber caído aquí por una bicicleta”.

Carlos decía que su función era cuidar la cuadra, su barrio. Que si lo pensaba bien: él no buscó el conflicto, que fue la guerra la que le tocó la puerta, la que lo golpeó y le entregó un revolver, una pistola, un fusil. La que le dijo: “salga y dispárele a la liebre” (su enemigo). “Pero no te da miedo” -preguntaba el entrevistador-, “no, yo no tengo miedo, yo doy miedo, no ve que yo soy el que manda”, decía Carlos, luciendo su dentadura rota. Según el entrevistador, no sería raro que parte de esos despojos fueran dientes de leche.

“La verdad, a mí no me gustan mucho las drogas, de vez en cuando marihuana… como para relajarme, si…si… mejor cripa, es más efectiva. Bueno, pero los fines de semana si meto por ahí unos pases de perico… es que cuando se toma mucho… si, ayuda… sólo me fue mal una vez que le mezclé ruedas al licor y al perico. Ese día vi la muerte, estaba perdido en una tienda, y un carro se estacionó al frente y se quedó mirándome un rato largo, eran los del otro combo, y me dijeron: te salvaste *** no trajimos la maquina (arma). La verdad, yo me alegré mucho ese día, estaba próximo a ser papá”.

Joaquín era consciente de que siempre tuvo los tres golpes del día, y la escuela, y los padres, y los abuelos, y muy buenos tratos, y cuadernos finos, y refrigerios, y ropa bonita, y buen ejemplo, y le gustaban las matemáticas, y era buen estudiante, y les gustaba a las niñas del colegio, y tenía televisor, y videojuegos, y nadie en su familia había ido a la cárcel; sin embargo, la calle lo llamaba, cuando miraba el techo en las noches soñaba con ser como ellos, los duros del barrio.

¿Pero quiénes son estos jóvenes?, ¿realmente son tan peligrosos?

Estas cinco historias con las cuales se inicia este texto son producto de una serie de entrevistas realizadas hace tres años, en el marco de una consultoría sobre cómo prevenir el homicidio de los jóvenes en la ciudad. Este texto nunca se publicó, quizá porque escapa a las formas académicas y administrativas. Por respeto y cuidado con los intervinientes, a todos ellos se les ha cambiado el nombre y, se han omitido algunos detalles que pudieran comprometerlos o que simplemente no son relevantes para este apartado. Los textos ejemplifican las diferentes respuestas que tienen los jóvenes de la ciudad de Medellín, que bien podrían ser las de casi cualquier ciudad latinoamericana. Además, ejemplifican algunos hallazgos parciales en cuanto a esta problemática. Lo primero que debe decirse es que es bastante inadecuado pensar la juventud y la criminalidad como fenómenos homogéneos, y creer que todos los jóvenes que incurren en dichas prácticas lo hacen por las mismas razones.

El producto de este trabajo ha sido publicado como libro y está disponible en línea y de manera gratuita. Es una pesquisa sorprendente, realizada por la Universidad Eafit, liderada por el profesor Felipe Lopera Becerra, acompañado por un grupo grande de investigadores de diferentes disciplinas (yo participé, pero la verdad mi aporte fue mínimo). Un texto que debería ser de lectura obligatoria para los dirigentes departamentales y municipales, encargados de los asuntos referidos a jóvenes, o que buscan por medio del deporte reducir la violencia. En particular para mis amigos Sergio Roldán en Indeportes Antioquia y Alejandro Matta en la Secretaría de la juventud de Medellín. Quienes vienen realizando una excelente labor en sus puestos.

Fuente: El Mundo

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