En la ciudad de Barranquilla murió uno de los delincuentes comunes más mentados en los últimos días. Lo llamaban Pupileto. Lo capturaron diez veces por el mismo delito: hurto. Es decir, la autoridad tuvo diez chances de cumplir con su dictado y no lo hizo. Mientras que el sindicado nunca tuvo una segunda oportunidad. Y una segunda oportunidad no puede ser simplemente que lo dejen en libertad (entendiendo libertad sólo como fuera de las rejas), una segunda oportunidad debe estar acompañada de otros elementos tan robustos, que impidan tener que pensar en una tercera. Opciones reales de empleo, educación. Orientación psicosocial, entre otras. Australia lo está haciendo muy bien al respecto, los trabajos de Caroline Doyle son un buen ejemplo de cosas que se pueden hacer.
Me niego a pensar que un hombre de 21 años está destinado a la maldad, y así como a las malas hierbas, la única solución posible sea la erradicación. Me cuesta mucho ver el mundo de esta manera. Nuestra legislación penal habla de la reinserción social en el artículo cuatro, acompañado de la idea de retribución justa, prevención general, prevención especial y protección al condenado. Pone toda la historia de las funciones de la pena en dos párrafos y, aun así, no nos dice nada, en relación con su función y su fin. Como en el poema de Borges “Everything and nothing”.
Según la prensa, creció en un hogar pobre. Recibió maltrato intrafamiliar, sus padres fueron a prisión, fue discriminado por su condición sexual diversa. Parece que fue abusado sexualmente en la cárcel y ultrajado por la autoridad. Asimismo, algunos periodistas hablan de un aislamiento en el lugar de reclusión por tener una prueba positiva de la COVID 19. Alias Pupileto, según informes, es encontrado muerto en un baño de la penitenciaría el Bosque en Barranquilla. Se presume que fue un suicidio. Empero, a su cuerpo se le harán pruebas exhaustivas para tratar de evidenciar el último maltrato sufrido. Luego su cuerpo será incinerado sin velorio ni entierro y su rastro desaparecerá definitivamente.
La jueza lo envió a prisión por consideralo un peligro para la sociedad, la prensa lo convirtió en la encarnación del mal en el Caribe, las redes sociales lo embriagaron y la tentación de consumir fue más grande que su condición moral. Se dice que alcanzo a hurtar más de cien millones de pesos. Dinero y objetos que además alardeaba en redes sociales. Seguramente para algunos su muerte es sinónimo de alivio; no obstante, seguirán surgiendo más muchachos como este, la cantera esta lista, las soluciones lejos.
Tal vez en un comienzo creí que existían delincuentes natos, seres incorregibles a los cuales la vida había predestinado con la desviación. Influjos de la escuela positivista, representados en sus maestros: Ferri, Lombroso y Garofalo. Pero esas convicciones pasaron, se fueron por completo, al menos en mi vida. No creo que existan árboles que crecen torcidos y que sean imposibles de enderezar, no creo en las manzanas podridas desde su nacimiento, y mucho menos en el “delincuente nato”. Para mí los criminales son productos sociales, pero nunca productos terminados, ni siquiera productos. Son seres humanos determinados por sus circunstancias, capitales y carencias. En medio de un sistema que endiosa a los fantoches (que dilapidan fortunas ante las cámaras hambrientas de sus teléfonos inteligentes), y que nos bombardea incesantemente con sus ofertas de una vida mejor, o al menos más cara.
En otra columna decía que, para los jóvenes etiquetados y provenientes de lugares marginados, la única oferta estatal es la cárcel o el cementerio. Hoy quiero decir, que quizás, existen otras opciones, que habrá que explorar, que seguramente son más difíciles… opciones más allá del poder punitivo. Ya que esas ideas de “mano dura” han fracasado, y en su afán de borrar el fracaso anterior, se endurecen, para fracasar de nuevo y, de manera más estrepitosa. Pues, el sistema penal debe proteger a la sociedad, en primer término, y brindar garantías a los procesados, en segundo lugar (sin ser menos importante que la primera).
En el caso de este joven, no se logró ni lo primero ni lo segundo. Diez capturas del mismo sujeto por el mismo delito deben hacernos pensar (además de una fuga de prisión) que la protección de la sociedad está fallando, y segundo, la historia de los supuestos abusos del reo son sinónimos del fracaso de la protección del procesado. Lejos de apartarnos de la violencia, el sistema de control social la maximiza. El horror, el horror, el horror.
Fuente: El Mundo