Los amigos del barrio pueden desaparecer
Los cantores de radio pueden desaparecer
Los que están en los diarios pueden desaparecer
La persona que amas puede desaparecer
Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire
Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Pero los dinosaurios van a desaparecer
Los Dinosaurios, Charly García
Una ola, como enseña la Real Academia Española -RAE- corresponde, en una de sus acepciones, a la “aparición repentina de algo”. Es razonable suponer que aquello repentino se refiera a un hecho o situación que tengan una capacidad efectiva de sorprender, porque tenemos expectativas fundadas de que no debería pasar.
Y eso es justamente lo que nos hacía pensar que en Latinoamérica no tendríamos por qué esperar un desenlace como el que vivió Bolivia este fin de semana, porque asumíamos que en la región ya había una lección aprendida sobre la inconveniencia de los golpes de Estado.
El problema es que no hubo tal aprendizaje y que algunos militares -y también algunos civiles- aún piensan que debe ser el poder militar el encargado de administrar el orden y conjurar los desórdenes.
“La invitación” del comandante del ejército de Bolivia para que el presidente constitucionalmente elegido renunciara, las imágenes difundidas por redes sociales de militares patrullando y de -ahora- opositores perseguidos y golpeados en la calle, la actitud de algunos opinadores que reducen el episodio a un efecto del presunto fraude y del deseo de Morales de permanecer indefinidamente ejerciendo la presidencia, proponen una situación que debería preocupar, no sólo porque implica una ruptura a la institucionalidad democrática en ese país, sino, sobre todo, porque implica un retroceso enorme en contextos donde hasta hace poco se destacaba la transición a la democracia tras períodos más o menos prolongados de dominio del poder militar sobre el poder civil.
Es preocupante que volvamos a hablar de golpes de Estado en una región donde ya se entendía superada la doctrina de la seguridad nacional. Como se sabe, esta doctrina pretendió sintetizar en los tiempos de la Guerra Fría dos grandes ideas: por un lado, que los enemigos que pueden socavar la soberanía no sólo se pueden localizar por fuera de las fronteras nacionales, sino también dentro de ellas, y por ello las amenazas a la seguridad pueden estar, así mismo, atadas a enemigos internos -que en nuestros países tomaron la forma de subversivos o comunistas-, y, por otro, que le asiste a los militares la tarea de restablecer el orden ante la incapacidad de los civiles para hacerlo.
Al lomo de esta doctrina se produjo una “ola golpista” que afectó a gran parte de Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo pasado. Particularmente en casos como los del Cono Sur en Sudamérica, los golpes de Estado desembocaron en regímenes dictatoriales, en los cuales se adoptaron medidas como: la eliminación de los partidos políticos, se establecieron enormes restricciones a la libertad de prensa, se criminalizó la protesta social y los militares adoptaron funciones de policía -todos estos son fenómenos que han estado presentes en Colombia, aunque sea la democracia más “antigua y estable de América Latina”-.
Finalizando la década de los años 80 del siglo pasado se empieza a producir en la región otra ola, pero esta vez implicó una transición en aquellos países donde se habían instituido regímenes dictatoriales inspirados en la doctrina de la seguridad nacional. Se volvió a la clásica idea de primacía del poder civil sobre el poder militar.
De la misma forma como fueron ascendiendo las dictaduras militares en el continente, se empiezan a sustituir las dictaduras por regímenes democráticos, producto de diversos motivos de desgaste: una guerra externa aunada a una profunda crisis política y económica -como en Argentina-, el recurso a movilizaciones y mecanismos de consulta -como en Chile-, para poner algunos ejemplos.
Lo ocurrido en Bolivia es problemático, no sólo porque irrumpe en un momento en el que, en casi toda América Latina las movilizaciones ciudadanas le exigían a los distintos gobiernos la adopción de reformas mucho más incluyentes. Es problemático también porque podría ser el inicio de otra ola de represión y rupturas constitucionales por la irrupción de los militares en la política. Lo que queda de todo esto es una profunda tristeza: por la democracia, por el retorno a un pasado que creíamos superado y por los efectos que -esperemos no- produzca en la región
Fuente:UdeA