La decisión de la facción liderada por Iván Márquez y Santrich, de volver a las armas, argumentando el incumplimiento por parte de los gobiernos de Santos y de Duque de los acuerdos pactados en La Habana, constituye un golpe a la esperanza de los colombianos de alcanzar la paz y la reconciliación.
Duro golpe a la paz, agigantado por la respuesta del Gobierno y la élite dominante que ha arreciado, esta vez de manera abierta, las estrategias de confrontación armada, avivando el odio, insumo necesario para justificar toda guerra.
Lo único positivo de la decisión de Márquez-Santrich es que despejó la ambigüedad e incertidumbre que se tenía frente a su continuidad con el proceso de paz. Su declaración de irse a las armas deslinda política y orgánicamente con el Partido de la Rosa y con la inmensa mayoría de excombatientes que valientemente siguen firmes en hacer respetar los acuerdos.
Del otro lado, los altos mandos de las Fuerzas Militares, encabezados por el General Martínez, declararon que, acatando órdenes del Presidente Duque, han trazado la línea de guerra para enfrentar a esta nueva guerrilla.
Las declaraciones de Márquez-Santrich y las de las Fuerzas Militares coinciden en anunciar a los colombianos que continuará la guerra que ambos bandos justifican con la acusación de “traición” o “incumplimiento de los acuerdos”.
Esta coincidencia en declarar la guerra traerá consecuencias trágicas para la sociedad colombiana que, en los meses siguientes a la firma de los acuerdos de La Habana había experimentado la notoria disminución de las confrontaciones bélicas y el descenso en los homicidios; aunque también otros (Clan del Golfo, ELN, disidencias de las FARC y otros), continuaron su accionar militar; lo cierto es que, según lo confirma el Gobierno, más del 90% de los antiguos combatientes de la FARC persisten en su voluntad de cumplir los acuerdos, trabajando desde la civilidad por sus ideales políticos por vías democráticas y con sus proyectos productivos.
Los acuerdos de La Habana y del Teatro Colón, constituyen un significativo avance hacia la paz, así ella fuese incompleta, dada la pervivencia de diversas agrupaciones armadas y la negativa del gobierno en negociar con el ELN; además, porque como lo hemos presenciado en estos años, se ha recrudecido el asesinato de líderes sociales, de reclamantes de tierras, así como de desmovilizados de las FARC, hoy reintegrados a la vida civil y política, radicados en los ETCR y agrupados políticamente en el partido Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común.
La facción de Márquez-Santrich declara pretender aliarse con otras guerrillas como los disidentes de las FARC y los del ELN, lo cual es más propaganda que realidad práctica, como lo ha señalado diversos analistas, a juzgar por los antecedentes de diferencias entre estos grupos.
Indudablemente, no debemos subestimar la posibilidad que tiene estas guerrillas solas o conjuntamente de generar problemas de orden público en las zonas donde operan y de golpear la economía o la estabilidad política del país, lo cual seguirá siendo utilizado políticamente por sectores de derecha que como el partido del gobierno, alimentan los odios y buscan afianzar ánimos belicosos y seguramente encontrarán eco en aquellos que, desde los dos extremos de la política, tradicionalmente se han opuesto a las soluciones pacíficas a los conflictos armados.
Las guerrillas de Márquez-Santrich -aún en el hipotético caso de lograr la unión de todas las agrupaciones armadas-, tampoco tienen opción de llegar al control del Estado. En la Colombia de hoy no es viable, ni militar ni políticamente una rebelión arma
da, por el contexto internacional, porque la guerra insurgente está deslegitimada en la mayoría de los colombianos, especialmente urbanos. Eso los saben estos experimentados líderes insurgentes, por lo cual su decisión de volver a las armas resulta una absoluta irresponsabilidad con la historia y sobre todo con el pueblo explotado que dicen defender y que, como siempre, será quien sufrirá las peores consecuencias.
Los ciclos interminables de violencia y confrontaciones internas a lo largo de estos dos siglos de historia colombiana serían suficiente argumento para explicar el actual hastío de la sociedad frente a la guerra. Adicionalmente, en el estudio sobre los diversos movimientos de protestas ocurridas a lo largo del siglo veinte1 de la profesora Erica Chenoweth, de la Universidad de Denver, muestra que del conjunto de protestas pacíficas en el mundo, un 53% fueron completamente exitosas, en tanto lograron sus objetivos, un 25% fueron parcialmente exitosas y solo un 22% se consideraron fracasadas; algunos de ejemplos son la expulsión de Bucaram en Ecuador (1997), la caída del presidente Marcos de Filipinas (1985), en este siglo la renuncia el presidente de Puerto Rico, y experiencias similares como las de Georgia, Argelia y Sudán.
En contraste con lo anterior, el estudio revela que, del total de los movimientos violentos, solamente el 26% fueron totalmente exitosos, 12% parcialmente exitosos, y el 62 % totalmente fracasados.
Los llamados a la guerra, no deben hacernos perder el horizonte de paz y de reconciliación en que estamos empeñados múltiples sectores, universidades, organizaciones y movimientos sociales. La mejor manera de enfrentar a las nuevas guerrillas es agilizar la implementación de los acuerdos de paz, lo cual implica una presencia estatal integral a los distintos lugares que fueron ocupados por otros grupos armados, presencia que más allá de militarizar territorios, debe atender los compromisos con el tema agrario, los proyectos productivos y el respeto a la participación política de las fuerzas de oposición.
El Gobierno debe dar una respuesta integral, acción en bloque de los ministerios y entidades del Estado para apoyar con programas de inversión social a los ETCR y los PDT como instrumentos para concretar la Paz territorial; enviar mensajes de rechazo a la violencia y promoción de resolución pacífica de los conflictos, con alternativas de desarrollo económico y social sostenible. Esa es la manera responsable de aportar a Colombia en estos difíciles momentos.